ANIMALES Y RELIGIONES


Para Sigmund Freud, “el pánico protegía la vida del animal”, que era considerado sagrado como si fuera un miembro de la comunidad. Se prohibía aprovechar su carne, salvo en ocasiones solemnes y con la participación de toda la tribu. El misterio del sacrificio de su muerte se explicaba por el hecho que constituía el nexo de ellos con Su Dios. La muerte y consumación periódica del “tótem” representa el elemento esencial de la religión totémica; para Freud, la más antigua.

En Dakshinkali, al suroeste de Katamandu, en Nepal, he visto recientemente que practican sacrificios para el placer de la diosa Kali, deseosa de sangre. Sin embargo, sólo del animal macho, porque el nepalés cree que esto garantiza una nueva vida, ya sea humana o animal. (Me pregunto por qué a la naturaleza femenina no le corresponde este privilegio). El sacrificador tiene un vientre cubierto de sangre. Se le entrega un animal asignado para que lo elimine con un golpe seco de su ¨Khukri¨. La bestia está desplumada, si se trata de un ave, o escaldada en agua hirviendo, si es un mamífero. Los animales más comunes para sacrificar son las cabras. Sin piel, se les corta en piezas y son asignadas al propietario para que las coma en su casa. Los visitantes no perciben que han asistido a un ritual sagrado. ¿Es esto una manera de no violar lo sacro del animal?

Para Gianbattista Vico, las sagas y las leyendas referidas como ancestrales corresponden a una época de fábulas del mundo, donde se representa el “mito” de la convivencia del hombre y el animal en la expresión genuina de la emoción religiosa.

A menudo se trataba de ritos secretos, que requerían iniciación gradual. Los principales misterios eran los de Eleusini, de la diosa Cibeles, de Isis y de Mitra.

En Roma existen hoy, muy visibles, los altares dedicados a Mitra. Alfredo Cattabiani y Marina Cepeda Fuentes, en su Bestiario de Roma han resucitado felizmente la idea de cómo la Ciudad Eterna es de hecho la síntesis del mito y símbolo animal de la cultura latina, griega y de Medio Oriente (…)

El Obelisco y el templo de Mitra conviven con el de Olimpo; la basílica pitagórica de ciertos cristianos y el palacio de los nobles, también, en una fila de animales simbólicos que componen una glorificación polisémica del cosmos y su energía.

El discurso sobre la relación religiones-animales es complejo. Podemos hablar sólo muy resumidamente sobre su esencia que, al menos en lo concerniente a las antiguas religiones, es el sacrificio.

El “Libro de los Muertos” que relata la confesión del difunto ante sus jueces del otro mundo, testimonia el cuidado que el egipcio profesaba a los animales. Dice: “No he cazado animales que se escondían detrás de los arbustos. No he atrapado a los pajaritos de los dioses”.

El “Himno al Sol” del faraón Amenophis IV ha inspirado ciertamente el salmo 104 de la Biblia:

“Procura que fluyan las fuentes termales del valle y corran tras los montes; para que beban todas las bestias selváticas y apaguen su sed. A los dioses de arriba demos los pájaros del cielo, cantando tras el fondo...”

Gandhi sostenía que el respeto por los animales era un regalo del Hinduismo a la humanidad. La religión hindú, siempre en lo correcto, les ha protegido de nuestra crueldad. Había una casta especial, la de los Vaisnavas, que debía procurar su cuidado, sobre la base de las leyes de Manu.

Cada acción es premiada o castigada en la cadena de la reencarnación. Sobre esto refiero un episodio que he apreciado en Singrar, la capital de Kashmir. Estaba observando con horror a un almacenero que mataba a palos a un gatito. El viejo, después de arrojarlo al fuego, ganando mi desprecio, me dijo: “Tal vez ahora reencarnará en una persona”, a lo que respondí: “Mientras no tenga cara de gato.”

Buda pide compasión, incluso para los animales; como Zarathustra, prohíbe el sacrificio: “en vez de sacrificar a los animales, déjales libre. Déjalos que busquen la hierba, el agua y la caricia del viento. Los animales que mataste te habían dado el tributo de su leche y lana. Ellos habían puesto su confianza en las manos que ahora los degüellan (…)

En India los budistas construyeron en la época del emperador Asoka el primer hostal para animales. Esta iniciativa fue restablecida en el siglo XIX por Vivekananda.

En Irán, Zarathustra afirmó (…) que quien cuida de los animales, sin nutrirse de carne “masacrada y hecha pedazos” tendrá el Espíritu Santo y la Verdad. También sostuvo que quien mata un animal, mata su propia alma”

En Grecia, el profeta de Tracia, Orfeo, como todos los grandes espíritus, encanta a los animales con el amor de su voz, del sonido de su flauta. El pensamiento de este vegetariano, sacerdote de Apolo-Sol, se ha conservado en el corazón de sus discípulos por un milenio, hasta alcanzar a Pitágoras y Plutarco.

Orfeo fue un griego histórico, quien daba charlas en su lengua madre, en Roma. Él había sido iniciado en Egipto en la religión de Isis y de Osiris, por ello respetaba la palabra de Orfeo sobre los animales: Así como ustedes, ellos tienen un ánima... Absténganse de comer una ofrenda de carne!

Era la época de las catacumbas cristianas. Los discípulos de Jesús, de formación Greco-latina, cuando hicieron esculpir en el siglo IV a el Buen Pastor que porta en la espalda al ángel que está muy débil como para caminar, ciertamente deben haber visto la estatua de Orfeo que se puede admirar hoy en el Museo, encontrando una inspiración en ella.

Toda la literatura griega manifiesta un sentimiento noble respecto a cuidar los animales. Sirva de ejemplo el episodio del perro de Ulises, Argo, que es atendido por su amo al morir, según se lee en la Odisea.

Si somos objetivos, debemos reconocer que más tarde las religiones hebreo-cristianas se vuelven ambiguas en este punto. El Antiguo Testamento, del que se tratará aparte, en parte debido a malas traducciones, ha sido motivo de indiferencia y también de apreciación de los animales. El Libro del Génesis, que habla de guía y no de dominio en la parte de la esencia del hombre, anuncia la alianza de Dios con los hombres, con los pájaros, con las bestias y con todos los animales de la tierra, que son con nosotros.

Nimrod, hijo de Kush, fundador de Ninive, es el antecesor de Assiri, el gran masacrador del pueblo. De él se ha dicho que fue un cazador, a pesar del Eterno. Serán los profetas Amos, Osea, Isaías y Jeremías quienes condenarán el sacrificio en general, sin éxito.

Con el nuevo Testamento, la venida del hijo de Dios libera finalmente al mundo no humano de la crueldad del sacrificio ritual. La Ultima Cena será la división de las aguas después de dos épocas, la aldaba, después de la barbaridad del sacrificio antiguo, un verdadero matadero bíblico, y el sacrificio de Cristo. Su sangre sustituye la del animal. Y el ora al ángel de Dios: Es imposible que la sangre de los toros y cabros—escribe el autor de la Carta a los Hebreos—libere del pecado.

Además como ha demostrado Robert Smith, el sacrificio en el altar constituye la parte esencial del rito de la religión antigua. El altar nació para el sacrificio. Cada altar recuerda inevitablemente el sufrimiento de los animales.

La intención del sacrificio era muy diversa y se derivaban de las consecuencias que les daba Dios. En origen, parece que el sacrificio no era sino un “acto de unión social entre la divinidad y su adorador.” En épocas posteriores pasó a ser una ofrenda hecha a la divinidad para aplacarla y tornarla propicia.

La explicación de las catacumbas en Grecia y otros lados deriva de la sustitución vicaria que se agregaba a los animales en lugar de al hombre. En el sacrificio, una parte constitutiva de la víctima pertenecía al sacerdote. Ahora, si logro comprender, el monoteísmo de Akenatón fracasó porque sacerdotes de otros templos mandaron matarle. Se comprende también que los sacerdotes del templo de Jerusalén sufrían dolores reumáticos cuando debían caminar descalzos sobre el mármol, porque sufrían enfermedades renales causadas por altos niveles de azotemia, como efecto de su continuo consumo de carne.

Además del comentado carácter sustitutivo del sacrificio, los animales en las religiones antiguas, siempre han tenido un valor en sí, hasta llegar a ser concebidos como dotados de alma inmortal. Pitágoras y Anaxagoras, a diferencia de los estoicos que concedían al animal una emanación divina, pensaban que el alma del animal era imperecedera como la del hombre. Asimismo pensaban Platón y los Alexandrinos.

Aristóteles distingue tres almas: vegetativa o nutritiva; sensitiva; y racional. La primera correspondería a las plantas, la segunda a los animales y la tercera a los hombres.

Será el filósofo inglés Bacon quien refutara el alma vegetativa. Descartes luego declaró que los animales son autómatas, máquinas, y les privó de alma sensitiva.

Los católicos, haciendo propia la opinión de Descartes en el intento de conciliar la Fe y la ciencia se metieron por un camino equivocado.

El orador Malebranche, mientras le daba una patada a una prostituta embarazada que lo importunaba, mientras discutía de filosofía con un amigo, se justificó así con él: “No te preocupes. Ella grita pero no tiene sensibilidad.”

Kant y Bentham retomaron el problema del sufrimiento del animal. La iglesia matará durante el Medioevo a quienes considera con manifestaciones demoníacas. El Papa Juan Pablo II habló del “soplo divino” presente también en los animales y no sólo en el hombre. Con lo que restituyó el valor y la dignidad que merecían estas criaturas.

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