LA LARGA NOCHE


“Y Dios vio que era muy buena” afirma el primer libro de la biblia, el Génesis, después que cada creación singular era realizada en el cosmos. Los redactores de las fuentes sacerdotales que escribieron circa el siglo V a. C., en la época del exilio, no sospechaban que la creación pudiese haber sido de otro modo.

Cuando éramos jóvenes, sobre la tapa de nuestra biblia se daba una fecha, el año 4004 a. C. para la creación de la tierra. No sé con qué argumento Usher, en el 1600, lo pudo fijar. Otros, incluidos los Hebreos, aseguraban fechas distintas con iguales pretensiones de precisión.

Con argumentos bien poco convincentes los estudiosos hablan hoy día de cuatro mil quinientos millones de años. Los hombres de la Iglesia más cultos se encontraron de frente a una situación que requería una nueva profundización y una lectura distinta de la biblia.

Ingeniosamente, para captar toda la lentitud de esta elevación hacia el más perfecto, algunos autores han inventado un esquema notable. La edad de la tierra 4500 millones de años, puede ser reducida a un año. De enero a noviembre, durante la era “pre cambriana”, existe el silencio cósmico y ninguna traza de vida.

En un museo londinense se observa con facilidad, la cabeza de un dinosaurio herida con los grandes dientes de una especie adversaria más fuerte que ellos. En el fango hoy petrificado se puede constatar la huella de mucha agonía (…).

En la biblia hay una escrupulosa interpretación religiosa, declaradamente teológica, de la aparición de la vida en la tierra. Cómo explicar esta larga carnicería que se consumó en millones de tragedias, como si viniesen escritas de los científicos.

Cierto es, hay una trayectoria en la naturaleza, el propósito de andar siempre más adelante. Al costo de caminar sobre montañas de cadáveres, que tienden a salir siempre más arriba. (…)

En la carnicería de la prehistoria no hay un caos. Si se diera en verdad el caso de la variación biológica, no podría ser objeto de ciencia. Si podemos establecer la época en que aparecen las diversas estructuras y se distinguen las especies entre millones de otras, sobre todo si la evolución no está comprobada, y que esta carnicería obedece a un diseño.

Transmitir la vida, así simplemente, sin importar a qué costo o en qué condiciones, para que otros seres continúen viviendo con mayor información y experiencia, ha sido el logro de un innumerable ejército de animales de las formas más variables y ha sido el motivo de su existencia. Sería inútil preguntarse si Dios podría haber organizado el mundo de otro modo.

(...) El diseño de la evolución previó la técnica de la diferenciación: la coraza y la cola en forma de clavos para el Anquilosauro, los casi dos mil dientes del Iguanodonte, las formas del pez que favorece la rapidez del nado (…).

Ninguna criatura nacida en un ángulo del bosque o en alguna laguna se le ha olvidado a Dios (…).

Seguramente será necesario redimensionar el concepto del hombre como quien hereda la grandeza y la miseria del pasado (…).




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