EL MAGISTERIO DE LA IGLESIA HOY


Hasta mediados de los años 60 nadie había acogido la cauta referencia de Schopenhauer, quien llamó la atención acerca del pensamiento bíblico cristiano, acusando de la explotación de los animales, que eran considerados desprovistos de cualquier elemento espiritual hasta entonces sin ningún derecho en relación con el hombre-amo.

El primero en tomar nuevamente esta acusación desencadenando en los Estados Unidos y en Alemania un fuerte debate, parece haber sido Lynn White Jr.; el proceso en contra de la Iglesia lentamente y con diferentes argumentaciones fue desarrollado posteriormente por parte de Carl Amery, Gerhard Liedke, Ugo Krolzih, Eugen Drewermann. Se habla de un regreso al Cristianismo auténtico ya en la Letras de Giacomo, en el texto ”Esamerone” y en el “De moribus Ecclesiae cattolicae” de San Agustín. Se ha dicho que existen también otros factores no reprochables al Cristianismo.

El debate llevó la temática hacia otras direcciones culturales, las cuales tuvieron el merito de hacer proclamar en el 1978 por parte de Unesco la «Declaración universal de los derechos de los animales», la Declaración que puede utilizarse como base de partida para una ulterior elaboración de varios problemas claves, no solo teórica, sino también practica, asigna explícitamente a los animales el derecho a la vida, al respeto y a la protección por parte del hombre, a no ser maltratados, a la libertad en su propio ambiente, a no ser abandonados, a no ser objeto de experimentos que impliquen sufrimientos físicos o psíquicos, a la no compatibilidad de exhibiciones o espectáculos de circo, a ser tratados con respeto a la defensa por la ley “como los derechos del hombre”.

¿Y la Iglesia? La Iglesia no podía permanecer mirando. Debía entrar en debate, al menos por tres motivos: restablecer la correcta interpretación de la Biblia en general y de los primeros capítulos de la Génesis en particular, no siempre conocidos lo suficiente; invitar los teólogos a redescubrir una nueva relación “hombre-animales” saliendo de un silencio arcaico; hacer afrontar en la predica y en el catecismo también las temáticas ambientales, “signo de los tiempos” de nuestra generación.

No son muchos aquellos que conocen el incentivo de los Papas en el siglo pasado hacia la protección de los animales. Pio IX elogia la ley francés Grammont del 1850 “…para la protección jurídica de los animales”. En los tiempos de León XIII el secretario de Estado cardenal Rampolla, en nombre del Papa, se felicita por “…el objetivo altamente humanitario y cristiano” de la Sociedad para la protección de los animales de Paris”. Lo mismo hizo el cardinal Merry del Val en nombre de Pio X por algunas sociedades austriacas en el 1905. Benedicto XV estaba indignado por la caza. Y sin embargo sus predecesores tenían una “casa de caza” en Magliana…

Benedicto XV, Pio IX y Pio XII han recibido respectivamente audiencia y elogio de Sociedades y asociaciónes ambientales italianas, inglesas, francesas, como se puede leer en los “Acta apostolicae Sedis”. Pio XII, en noviembre de 1950, durante una audiencia privada con la duquesa Hamilton protectoras de los animales, la cual le entregaba una súplica a nombre de más de doscientos sociedades de diferentes países, dijo: “Cada deseo desconsiderado de matar a los animales, toda crueldad vil hacia ellos deben de ser condenados”.

Pablo VI fue el primer pontífice en intervenir explícitamente acerca de la naturaleza. Lo hizo en varias ocasiones. En 1971, hablando en un Convenio acerca de los problemas de la contaminación en Campidoglio; en la Carta Apostólica “Octogesima Adveniens” en la que llama a los cristianos a poner más atención a la naturaleza; en el documento final “La justicia en el mundo” del Sínodo de los obispos. En el 1972, en el mensaje al congreso de Estocolmo, en lo que se pide un cambio de mentalidad y la colaboración de todos, afirma: “La Iglesia esta lista a hacer su parte”.

Los obispos de la República Americana se ocupan mientras tanto, aunque brevemente, del problema ecológico en una carta pastoral del 1 de Agosto de 1982.

Será Juan Pablo II quien retoma el discurso ecológico. Karol Wojtyla, como cardenal de Cracovia, había escrito ya en el 1962 en “Amor y responsabilidad”: “Los animales son dotados de sensibilidad y son capaces de sufrir: se exige por parte del hombre que no los haga sufrir y que no los torture físicamente...”.

El padre Brukberger ha hecho conocer una anécdota acontecida el día mismo de la partida del cardenal Woityla por el Conclave en el cual tenía que ser nombrado Papa. Una anciana mujer, desesperada porque le habían robado el gato, pidió la ayuda del cardenal mientras iba subiendo al coche para ir al aeropuerto. Hizo subir la mujer al coche y se fue con ella para que le devolvieran el animal. Por poco perdía el avión…

Juan Pablo II amaba a los animales. Dicen que hizo venir al Vaticano desde Cracovia el gato que tenía en su episcopio. En el 1971 dijo a M. Paolo Kruse de la República Federal Alemana que “…la protección de los animales es una ética cristiana”.

En el 1981, a la Liga de San Francisco, fundada por el gran pionero Mons. Fusaro, declaró: “Es un placer para mi reunirme con ustedes, merecedores ecologistas, y con mucho gusto les doy mi apoyo para la obra que ustedes cumplen para la salvaguardia del patrimonio de la naturaleza y la protección de los animales, nuestros hermanos más pequeños, como los llamaba Asís”.

En 1979, al principio de su pontificado, el Papa Wojtyla nombró a este Santo como Patrono de los ecologistas. Habló acerca de la ecología a los jóvenes de Viterbo en el 1984, a los de Ravenna en el 1986, a los trabajadores de ENEL de Civitavecchia y a los forestales en Pramarino de San Pietro di Cadore en el 1987, regresando al argumento muchas veces en las audiencias del miércoles.

Excepcional por sus aspectos teológicos, su Encíclica “Sollecitudo rei socialis” del 1987, contiene una clara invitación a los teólogos a estudiar una nueva relación hombre-animal. Dos prestigiosas revistas católicas, “Concilium” y la “Revista de teología moral”, acogiendo el deseo del Papa, han dedicado un número único al argumento.

Después de haber incitado, en 1988, los parlamentares europeos en Strasburgo a “…reconciliarse con la creación, velando sobre la integridad de la naturaleza, sobre la flora, sobre la fauna,...”, el 1 de enero 1990 nos ha regalado el “Mensaje acerca de la Paz y la salvaguardia de la creación” que ha dado felicidad a los animalistas, afirmando claramente que “…no solo el hombre, sino también los animales tienen un soplo divino”. El intento del Papa no fue metafísico (la composición de anima y cuerpo de los animales), sino moral. Nadie más, después de este redescubrimiento bíblico del Papa, podrá negar un valor como creación de Dios también en los más pequeños seres del mundo animal. La prensa ha hablado de un paraíso para los animales, pero también si eso hace parte del misterio de amor de Dios, como veremos, no es ni explicito, ni implícito en el discurso del Papa.

Hay que tomar en cuenta también la enseñanza de algunos episcopados. En el 1985, hubo un documento conjunto titulado “Responsabilidad hacia la creación” de la Iglesia evangélica y de la Iglesia de Alemania. En el se enfatiza que hay“...una forma de entender la naturaleza que pone erróneamente el hombre al centro y considera la naturaleza solo como un objeto”.

En 1987, los obispos de la República Dominicana, no ajenos al asunto, elaboran un extenso documento que concluye con la llamada a la “reconciliación no solo de los hombres entre ellos, sino también de estos con la naturaleza”. Al final del verano de 1988, también la conferencia episcopal de Lombardia diserta acerca del mundo y Konrad Lorenz se vuelve el iniciador de la etología, la ciencia que estudia el comportamiento de los animales.

El lenguaje especial de los chimpancés fue estudiado por parte de Peter Jenkins. Lilly-Marline Russow enfatizó acerca de la importancia de la especie; Donald Van De Veer, la justicia entre las especies, Peter Siner, los criaderos intensivos; Tom Regan, sobre el derecho a la vida. El sufrimiento de los animales fue evaluado científicamente por parte de Marian Stamp Kawkins, de Harriet Shleifer, de Edward Evans. Richard Ryder ha escrito acerca de los experimentos sobre los animales.

He tenido la suerte de conocer dos grandes hombres: Hans Ruesch, el fundador de “Emperatriz desnuda” y el Prof. Doc. Pietro Croce. Ambos han magistralmente profundizado en el problema angustioso de la vivisección.

Las opiniones “evidentes” y desde hace mucho tiempo consideradas necesarias, lo son porque resultan convenientes y pasivamente aceptadas. Las diferencias entre las reacciones de los órganos animales y los órganos humanos a las substancias químicas son impresionantes. Cuantos medicamentos son retirados del mercado porque, aunque experimentados sobre los animales, resultan dañinos para el hombre. Esperemos que los médicos finalmente pidan que la experimentación animal sea sustituida por otros métodos. ¿Sabían las mujeres que sus maquillajes son provados “legalmente” con el LSD 50 en los ojos de los conejos y que causan el 50% de la muerte o ceguera de estos animales? Escribe Pietro Croce:”Una gran parte de la investigación médica es hecha a beneficio de los investigadores, en lugar del beneficio de la humanidad”.

La segunda perspectiva, que es siempre por lo menos implícita para los estudiosos, es el “significado ético-social” que es sobrentendido en la ecología y entonces en todo tipo de verdadero ecologismo. No creo en la necesidad de alimentar “difidencias” hacia aquellos que luchan para el ecosistema, modificando la contaminación de un renovado panteísmo o de una forma más refinada de cientificismo materialista.

Hay que temer la mala demagogia de una política que instrumentaliza la temática ambiental con el objetivo de encontrar un fácil consenso popular. Es el riesgo más grande y el vacio de las verdaderas instancias ambientales.

Los estudios que sobretodo están buscando un significado a nuestra problemática son diversos. Hacemos referencias a algunos. Peter Siner estudia la igualdad de los animales; Tom Regan los derechos de los animales y su derecho a vivir; James Rachels el derecho a la libertad.

Joel Feimberg se pregunta si los animales pueden tener derechos; Peter Miller si los animales pueden tener intereses dignos de nuestro sentido moral; Silvana Castiglione ilustra en un estudio algunas perspectivas bioéticas y jurídicas.

En el campo católico también, la discusión moral acerca de los derechos de los animales representa una ocasión para explorar mejor las debilidades escondidas en muchas convicciones éticas que parecían a primera vista evidentes. Hasta ahora siempre había valido la “correlación” entre derechos y deberes, reteniendo que los animales no pudiendo tener obligaciones tampoco pueden tener derechos. La realización de los intereses específicos de los animales abrirá, también para los creyentes, una nueva visión y nuevos comportamientos. Todos somos llamados, creyentes y no, a ver en el animal no un simple material orgánico a plena disposición del hombre, un coagulo de moléculas, sino un organismo viviente en un conjunto de relaciones no arbitrarias, que el hombre tiene que conocer bien antes de modificarlo.

Mis cuatros gatos, Astro, Marx, Mary y Coccola, tienen su propia identidad. Cuando, por una conferencia, regreso tarde en la noche, no se van a dormir; giro despacio la llave en la cerradura, pero ellos están todos ahí esperándome fuera de la puerta. ¡Necesitamos conocer los animales para amarlos!

Una última perspectiva, muy importante, es el nuevo deseable acercamiento teológico. ¿Cómo salvarnos en efecto de aquella Scilla y Cariddi, que es el antropocentrismo y el biocentrismo? El término “antropocentrismo”, sobre todo entre los ecologistas, es una excepción totalmente despreciativa. Seria inoportuno e inútil recuperar ese concepto. Hemos visto además que no depende de la tradición bíblica, por lo menos según la fuente literaria jahvista. En todo caso el antropocentrismo ha perdido identidad y relevancia en el mundo moderno. El “biocentrismo”, por otro lado, es una concepción demasiado limitante para el creyente, aunque si fuera de los prejuicios agnósticos y de una falsa educación religiosa, no puede abrirse al misterio.

Una visión holística, ósea total, global, orgánica, que ponga el énfasis más sobre el todo que sobre las partes, nos ayuda a considerar la tierra como un único organismo viviente, del cual forman parte todos los seres vivientes, incluyendo el hombre. Reconoce también al ecosistema entero y a todos sus componentes un valor en si, objetivo, con derechos para todos, pero no toma en cuenta la espiritualidad particular que tiene el hombre, a diferencia de los otros seres.

Sin embargo, entre un antropocentrismo que ya no goza de buena fama y un biocentrismo que podría revelarse agnóstico, elijo, como creyente, el teocentrismo. La creación es creación de Dios, de la cual Dios es y queda el Señor, así que el hombre no podrá nunca ser el dueño absoluto. El hombre debe ser a imagen de Dios, no solamente en su ser, sino que también en su actuar. Por ello, no puede tener un poder despótico y destructivo, y no puede, sin ir en contra del plan de Dios, explotar salvajemente y irracionalmente.

Estas verdades en las que creen los católicos fueron profundizadas bastante bien por Moltmann, Kasper y otros autores modernos. En cuanto al teocentrismo que yo reivindico, creo que es el único camino para una recuperación total de la reconsideración que tiene que existir entre hombres y animales.



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