EL MATADERO BÍBLICO


El turista que visita la Acrópolis de Atenas, mientras baja las escaleras para admirar el Partenón de más cerca, no se percata del antiguo acceso en zigzag que facilitaba la entrada de los animales destinados al sacrificio, el cual descubrí con conmoción en mi último viaje a Grecia.


Especialmente con motivo de la procesión del Panateneas (ilustrada brillantemente sobre el fresco del Partenón, que se conserva en el Museo Británico de Londres) las víctimas eran conducidas por representantes de todas las regiones del Ática. La fiesta culminaba en una “hecatombe”. Este término designaba, en origen, el sacrificio ritual de cien bueyes; más tarde se uso para cada gran sacrificio de animales. (…)


Altares para sacrificios se pueden ver en Grecia y en Micenas, desde 1.500 A.C. También en Delfi, Eleusi, Argo y Epidauro, Corinto. El culto misterioso, importante sobre todo para el Oriente y presente aún en el Mitrei de Roma, culminaba, a menudo, con un baño ritual con sangre de toro.


El sacrificio tomaba, en ese caso, el significado de una lucha interior. Segundo, la escuela de C.G. Jung interpreta, similarmente otros ritos dionisíacos, como un símbolo de la victoria de la naturaleza espiritual del hombre sobre su animalidad, de la cual el toro es el símbolo (…)


Como los templos egipcios están llenos de imágenes de masacres humanas, algunos historiadores han creído que se trataba de sacrificios humanos. Estas escenas sanguinarias representan la victoria del faraón sobre sus enemigos. Tienen también una función mágica que se debe comprender más allá de lo representado. La realidad no es más que un pensamiento manifestado.


Que el animal tenga un rol sustitutivo del hombre lo vemos a lo largo de la biblia. El israelita vivía entre pueblos que sacrificaban a los niños. Los Cananeos, como se puede observar en el Museo Rockefeller de Jerusalén, metían en los cuatro ángulos de una casa nueva a los primeros cuatro nacidos. Es impresionante ver las ánforas con estos niños calcificados dentro.


Cuando las deidades se consideraban crueles, como el dios Moloch en Canaán, o el dios Huitzilopochtli en México, se pensaba que era necesario, aún a costa de un alto precio, procurar la protección. Había también otros motivos para estas muertes. Agamenón, por ejemplo, después de haber escuchado al oráculo, sacrificó a su hija Ifigenia por la vanidad de obtener una venganza segura.


El sacrificio, en general, era hecho para volver cualquier cosa o persona, sagrada, mediante la ofrenda a Dios, como testimonio de dependencia, obediencia y arrepentimiento, además de amor. Por ello lo que se ofrecía era quemado o destruido y permanecía intocable, en tanto ahora era propiedad de Dios.

He visto en Nepal a los mejores caballos correr libres en el bosque después que se volvían sagrados al ser dedicados a la divinidad.


Los hebreos quienes evitaban entrar en conflicto con los Cananeos, a diferencia de otros pueblos, no compartían estos sacrificios de vidas humanas. El recordado sacrificio de Isaac por parte de Abraham era una prohibición alegórica en este sentido.


La acción o el gesto del sacrificio, en el Antiguo Testamento, simboliza el reconocimiento por parte del hombre de la Supremacía Divina. En la Biblia, el tercer libro del Pentateuco, el Levítico, se refiere a la ley, el ritual y las demás especificaciones de los primeros tres grandes sacrificios.


En este libro, la materia, redacción y cronología diversa toma en la boca de Dios una expresión recurrente de la mentalidad de varias religiones del tiempo: “Habla al hijo de Israel y de Ellos: Cuando uno de Ustedes presente una ofrenda al Señor, podrá hacerla de bovino u de ovino”


El primer sacrificio para el hebreo es el “holocausto”. En la cabeza de la víctima (siempre de sexo masculino, porque debía representar a la vez la forma y la belleza) el ofrendante metía su mano derecha, como signo de solidaridad.

Por razones que hoy se nos escapan, el Levítico, para el holocausto de las aves, reconoce como válidas tan sólo a las tórtolas y a los palomos.


El libro parece un verdadero manual que ilustra como matar, cercenar y lavar a la víctima. En este sacrificio, considerado el más noble, todo se quemaba y destruía.


El segundo sacrificio del que se explica el ritual es la oblación, un sacrificio incruento consistente en la ofrenda de los vegetales. La ofrenda se acompañaba siempre de los siguientes elementos: aceite de oliva, vino, incienso, sal. Esta última no debía comerse en cada tipo de sacrificio, pues esta “alianza de la sal” era inviolable: El simbolismo de la sal, originado en el pasto preso común para reforzar la amistad, debía mantenerse siempre vivo. En este sentido debía ser interpretado el pasaje del evangelio de San Marco: “Ustedes son la sal de la tierra” (...) “siente la reconciliación del mundo”


El tercer sacrificio, regulado en detalle en el Levítico es el sacrificio “pacífico”. Era el sacrificio cruento, en el cual la víctima se divide en dos: una parte para ser ofrecida para el disfrute de Dios y otra segunda parte servía para la característica comunión en la que “se comía y bebía delante de Dios”. Esta ofrenda podía realizarse en las más variadas circunstancias; podía ser de reconciliación, espontánea o votiva.


Además existían los sacrificios de “expiación” y “reparación”. El pobre animal era sacrificado en ritos diversos, para remediar el pecado del sumo sacerdote o el de toda la comunidad. Esto porque se creía en la idea que el pecado podía interrumpir la posibilidad de comunicación moral-espiritual, a lo largo del tiempo, entre Dios y la nación; según la alianza entre Dios y sus fieles. Cuando se daban una o más lecciones sobre el derecho de propiedad u otras lecciones materiales, después de la restitución completa de cuanto se había sustraído con la ayuda de la ganancia obtenida sobre la meta de un quinto del valor total, se procedía al sacrificio de la restitución. Aunque en este caso eran los animales quienes se embarcaban en un enésimo sufrimiento.


Tan sólo para darnos una idea de esta hecatombe bíblica, recordemos que se piensa que Salomón, en la época de la epopeya de Israel, practicó el siguiente sacrificio: para su coronación se sacrificaron miles de jóvenes, miles de carneros, miles de corderos. En Gabaón, como se explica en el Libro Primero de Reyes, se ofrecieron miles de holocaustos. Esta situación se repitió en otra ocasión: En Jerusalén, por ejemplo, delante del arca de la alianza del Señor, se ofrecieron holocaustos, sacrificios de comunión, dando un banquete para todos sus sirvientes, durante la fiesta de la dedicación del templo inmolado al Señor; “en sacrificio de comunión, veintidós mil bueyes y ciento veinte mil ovejas...”


Quien no participaba de esta comunión entre Dios y el pueblo era una pobre bestia que después de un tiempo debía hacer lo mismo hasta que Salomón “cometiendo lo que está mal ante los ojos del Señor” entró en la vejez a adorar a la divinidad de sus miles de mujeres, como la diosa Astarté de Sidone (…) y Camos el dios de los Ammoniti.


Serán los profetas, en particular Isaías, quienes predicarán que el sólo sacrificio servía


para la purificación del alma. “Quiero misericordia y no sacrificios de animales—dice el Señor—No agradeceré la sangre de los toros, ni de los corderos. Abstente de presentarme ofrendas inútiles.”


En el desierto, los Israelitas sellaron el rito del clan Raminghi: estipularon un contrato que usaba la sangre de un animal que se había partido por la mitad. Después de haber leído el Antiguo Testamento, se puede bien decir que ha sido escrito, al menos el Pentateuco, con la sangre de los animales.


Amós, el primer profeta en orden cronológico, (…) escribe: “Dice el Señor: No puedo respirar el olor de vuestro sacrificio. No encuentro placer alguno (…) Ustedes sacrifican para obtener la gracia. Dios no pretende un culto en el que se asesinen a sus creaturas.


Y Oseas, contemporáneo de Amós, escribe: “Es en el amor en que yo me complazco, no en los sacrificios; dice Dios, Quien ha hecho “una alianza con los animales del campo, los pájaros del cielo y los reptiles de la tierra.”


Isaías dice (…) “Quien mata un buey es como si matara un hombre. Quien sacrifica un carnero es como si rompiera la nuca a un perro.”


Jeremías llama al templo la “cueva de asesinos”, como después le llamara Jesús, porque se llena con la sangre de animales inocentes. “A través de la cacería humana, mueren los animales y los pájaros.”


Para el profeta Jonás, los animales tienen la misma importancia que ciento veinte mil hombres de Nínive. La gloria de la vida, también de los animales, se afirma en el Libro de Daniel, un “Canto de las Creaturas” [ante litteram]: “Montañas y colinas, plantas y fuentes, mares y ríos, monstruos marinos y todo cuanto se agita en el agua, los pájaros del cielo, los animales salvajes y los (…) niños, bendicen al Señor, loan, exaltan al Eterno.”


El Libro de Tobías es delicadísimo en particular: “El perro que lo acompañaba delante y cada vez que retornaba a su paso, agitaba la cola para demostrar su afecto a su compañero de viaje”


¿Cómo se explica esta evidente ambivalencia de la Biblia en el cuidado de los animales? Después de investigar, con la ayuda de mi amigo alemán Franz Susman he descubierto una clave para la solución. San Girolamo escribe a Giovanino que el permiso acordado de Dios, después del diluvio, como se lee en el Génesis, es una interpretación tardía del siglo III A.C., una época en que “la costumbre era completamente piadosa” En un libro considerado canónico de los Copti, el sacrificio de Abel se menciona como “vegetariano” (…) y el de Caín “carnívoro” Se puede decir una cosa: En la liturgia católica del Jueves Santo, el texto del Éxodo que prescribe el sacrificio del Cordero Pascual, es una memoria de una práctica del Medio Oriente, que no necesita ser recordada. Los fieles podían encontrar una justificación para celebrar la Pascua con el cordero (…) con papas horneadas. Muchos han abandonado esta tradición donde se hace sufrir a miles de corderos.


De gran importancia en el Antiguo Testamento es el relato del diluvio. Sería interesante hacer una analogía entre el relato bíblico del diluvio y la onceava tabla del antiguo poema babilonio de Gilgamesh; se podría seguir el relato Jahvistico con estos documentos sacerdotales. Sorprendentemente el redactor final del relato no eliminó las contradicciones de las dos traducciones. En la primera, el mínimo de animales es de siete pares de los animales “mondi” y de un par de los “non mondi”; en la segunda, dos pares de cada especie. En cuanto a la duración del diluvio, es de cuarenta noches de ciento cincuenta días (sic). Para el envío de pájaros después del diluvio, hay una paloma en la tradición Jahvistica; un cuervo en la sacerdotal. Esto es cuanto encontramos en el capítulo 6, 7, 8 del Génesis.


Estos aspectos literales son ciertamente de segundo plano frente al mensaje bíblico del “Arca de Noé” donde todos, hombres y animales se salvan juntos de la catástrofe. El antiguo mensaje es válido también hoy. Frente a una inminente catástrofe ecológica todos debemos hacer cualquiera cosa para esta nueva “Arca de Noé” que es el planeta tierra.



This entry was posted by Hem. Bookmark the permalink.
Con la tecnología de Blogger.