PREFACIO

Después de muchos inconvenientes, he escrito este libro debido a mi gran amor por los animales. He seguido los diferentes comunicados que el “Centro de Documentación” instituyó respecto a la relación que la Iglesia ha tenido y deberá comportar en el futuro, para resguardar a estas criaturas de Dios. Debí responder, asumiendo toda la responsabilidad, a algunas preguntas: ¿Por qué las naciones donde los animales son menos respetados y más cruelmente perseguidos, son aquellas naciones cristianas de Europa mediterránea y de América Latina?

¿Por qué el estrago de animales que se hace durante las fiestas religiosas de la catolicísima España, no sólo no es condenado, sino que se adhieren a este los patrocinadores de confraternidades y de parroquias, sin que la Autoridad de la Diócesis, salvo algunas raras excepciones, tenga algo que decir? ¿Por qué hay tanto desinterés e indiferencia, incluso en Italia, con respecto a la suerte del animal; en particular, en el modo de matar, lento y doloroso… al carnero, que cinco veces en la Misa se evoca para simbolizar al hijo de Dios?

¿Por qué el silencio absoluto de parte de la catequesis, por lo tanto también de la moral, sobre el comportamiento que el cristiano debería tener para con los animales? A éstas y a otras preguntas he intentado responder, indagando en la historia de la religión, en los dos Testamentos, en los Evangelios Apócrifos, en el Padre de la Iglesia y en el ejemplo del Santo, en particular de San Francisco y de San Felipe Neri.

Muchas son las publicaciones que se ocupan de los animales; hay de todos los tipos. Las más importantes son aquellas que se especializan en un tema específico: El sufrimiento de los animales, sus derechos, la vivisección, la justicia inter-específica, etc. Faltaba un libro que se dedicara al tema de la relación “Iglesia-Animal”, así como se ha desarrollado a lo largo de la historia.

Estoy convencido que el cambio para mejor presupone el conocimiento del comportamiento negativo y positivo que convive paradójicamente a través de muchos siglos hasta hoy.
La parte más notable de este libro es la documentación de diversas afirmaciones, en particular aquella que dice que Jesús de Nazareth no comió “el carnero pascual” y que la primera Iglesia cristiana era vegetariana (…) El precepto de no comer carne el viernes no es sólo una invitación a la penitencia sino el remanente de las maneras antiguas.

El amor por los animales es un nuevo “signo del tiempo” intuido por el movimiento ecologista y llevado adelante por quienes siempre acumulan conocimientos preciosos y los guardan. Vale para todos la experiencia referida por el naturalista Louis-Pierre Gratiolet en su tratado “anatomía comparada del sistema nervioso”. Un caballo viejo no podía alcanzar el pajar, ni masticar el heno con sus dientes consumidos, entonces los caballos jóvenes tiraban el heno y se lo introducían en el hocico después de haberlo masticado. ¿Cómo es posible continuar la creencia que los animales son un montón de moléculas?

Juan Pablo II en la “Sollicitudo rei socialis” le pide a los teólogos estudiar “una nueva relación hombre-animal”. En un discurso del 10 de enero de 1990, haciendo felices a los defensores de los animales, tanto a los creyentes como a los incrédulos, ha reclamado la enseñanza bíblica que dice: no sólo en el hombre, sino, también en los animales, existe el Soplo Divino”.
El creyente con una responsabilidad renovada, es llamado a tomar en serio la Creación. Tiene el deber de cultivar y custodiar, de llevar a cumplimiento todo cuanto Dios le ha dado en “regalo”. La paz del Dios creador es también la paz y salvaguardia de todo lo Creado.

Al interior de un humanismo completo, pienso que el único camino a recorrer después de las secuelas de un aparente “antropocentrismo” y de un “biocentrismo” que puede degenerarse en agnosticismo, es el “teocentrismo”, el camino metafísico (...), la vía de San Francisco. Sólo la fuente infinita pueda dar un valor a todo aquello que vive. Esta “nueva-antigua” teología de la Creación debe ser re-descubierta y rápidamente traducida a la fe. El vocablo “Universo” que etimológicamente deriva de “Uni-versus”, lo que es “verso l'Uno” hace brotar la fe de nuestros padres. Debemos volver hacia “El Dios Infinito” si deseamos comprender el misterio que está dentro de nosotros y de cada ser viviente.

Delante de una no aleatoria catástrofe cósmica, nos salvaremos todos, hombres y animales, si salimos juntos, en una verdadera solidaridad, dentro de esta nueva “Arca de Noé” que es el planeta Tierra.

Mario Canciani

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