EL EJEMPLO DE LOS SANTOS


Muchos son los Santos que han amado a los animales, manifestando su bondad hacia ellos de una manera u otra. Ya hemos visto como los amaba San Francisco. Hoy día, estamos descubriendo otra vez el “Cántico de las Criaturas” de este gran contestador del Doscientos.

En términos franciscanos “ante litteram” cantó el sol, el agua, el viento, las montañas, los pájaros, el fuego, en la estela del pensamiento hebreo que integró, en “un unicum”, la religión y la vida del cosmos.

El Salmo 148 cantó de hecho:

“Alabado sea el Señor de la tierra,

monstruos marinos y ustedes todos los abismos

ustedes fieras y todas las bestias reptiles y pájaros alados”

Y el libro del profeta Daniele:

“Bendigan, cuando se mueve en el agua,

el Señor, alabado y contento en los siglos.

Bendigan, pájaros del aire al Señor, alabado y ensalzado en los siglos.

Bendigan, animales todos, salvajes y domésticos, al Señor,

alabado y ensalzado en los siglos.”

Se podrían citar ejemplos de Santos que en cada ópera han amado a los animales, empezando desde los ermitaños del desierto.

Se cuenta que una hiena, que tenía su cría ciega, abrió con su cabeza la puerta del habitáculo adonde vivía San Macario de Alejandra.

El Santo curó de la ceguera de la cría y la madre, después haberla lactado, regresó al desierto.

En la Iglesia ortodoxa, San Serafino es uno de los Santos más populares

Vivía en el bosque de Sarov a fin de 1.700 y comienzo de 1.800. Enseñaba que: “… solamente quien sabe orar puede conocer el lenguaje de la Creación”. A la medianoche – cuenta un testigo ocular – osos, lobos, liebres, zorros, lagartos y reptiles rodeaban al ermitaño. Después de haber terminado sus oraciones según las reglas de San Pacomio, el asceta salía de su células y los alimentabas. A quien le preguntaba como podía ser suficiente el poco pan seco que tenía en su bolsa, le contestaba: “hay para todos”.

Entre los Santos, es famoso el dominicano hermano Martín de Porres, quien vivió en el siglo XVI y fue canonizado en el 1962 por el Papa Juan XXIII. Tenía un alma fraterna para con todos los seres, también con los privados de razón, susceptibles del sufrimiento y la angustia. Un día vió un ser herido y le dijo: “querías ser malo: sígueme y te curaré”. Lo mismo ocurrió con un gallo que se había roto una pata. Escribe un biógrafo: “Le había dado la orden de regresar donde él todos los días para ser curado y el gallo obedeció con precisión”. Su lástima no se limitaba solamente a los animales domésticos, se ocupaba también de los animales nocivos.

En el Convento se querían tomar medidas draconianas contra las ratas que roían todo lo que encontraban en la cocina, en la sacristía. El sufrimiento al pensar en el inminente exterminio de estos insoportables pero inocentes animalitos fue fuerte, y al encontrarse con uno, le dijo: “Pequeña hermana rata, ustedes aquí no están seguras. Ve y dile a tus compañeras de tomar alojamiento en el fondo del jardín. Me comprometo de ir a darles de comer, a condición que no vengan nunca más al convento”. Desde este día terminó cualquier carrera.

No es que todos los Santos tuvieron una símil sensibilidad. De San Bernardino de Siena, los históricos dicen que un día, mientras predicaba, un perro estaba atravesando la plaza, ciertamente no silenciosamente. El Santo, quien golpeaba a sus oyentes con palabras que parecían golpes de ballestas y de bombarda, empezó a gritar: “saquen a ese perro, denle una patada!”.

Quisiera referirme a un Santo muy querido para mi, porque ha sido mi predecesor en la Basílica de San Juan Bautista de los Florentinos, donde soy cura: San Filippo Neri, quien vivió a fin del 1.500.

De los “Actos del proceso de canonización” leemos: “No podía pasar por los mataderos por compasión; le llamaba la atención a los que golpeaban los animales; sufría cuando los veía vivos sabiendo que iban a ser matados, si los veía partir quería darles algo de comer, tanto a los de afuera como a los de adentro; las ratas, además, no quería que se las matara, quería que se las lleve afuera y liberarlas”.

“Hacían caricias a los animales símiles a los de San Francisco. Decía: si todos fueran de mi misma naturaleza, no se matarían”.

Mientras el monaguillo Francesco Gazzarra, de 21 años, estaba alistando la capilla por la Misa, encontró un pequeño gorrión y lo llevó donde el padre. “No lo presiones, no le hagas daño – dijo – abre la ventana y déjalo ir. Pero deberíamos cuidarlo, no sabría adonde ir”. No quería que se mataran las moscas tampoco. Le decía al monaguillo, abre la ventana y con el atizador sácalas afuera.

A los tratos y anécdotas sobre el amor auténticamente franciscano de San Filippo por los animales, muchos otros le añaden los actos de juicio. Una deposición atribuye a su intercesión incluso la resurrección de un gorrión solidario del Cardinale Cusani.

Una vez San Filippo vió al sacerdote Francisco Borzo matar un lagarto en el patio. “¡Cruel! ¿Qué le hacia ese animal?”.

El guardia Loys Ames depuso en el juicio que vió a un jilguero jugar con la barba del Santo. En otra ocasión, después de ver a un carnicero herir un perro con un cuchillo: “Empezó a quejarse varias veces, y dijo: Oh pobres animales, oh los pobres animales!; Ya esto – escribe Domenico Migliaccio, sacerdote nepesino – “Yo estuve presente, y de estas cosas fue y es voz pública y fama”. El canónico Germanico Fedeli de San Pietro, depuesto: “Yo he visto, varias veces, mientras iba por la calle, en coche, o a pie evitar perros, burros y otros, cuando podían ser pisoteados por cualquier coche, u otros peligros. Y cuando se presentaba algún pájaro, animal vivo, los donaba a personas, diciéndole, que no los matasen y que los mantengan vivos. Y, a su gata, que dejó en los cuartos de San Girolamo, cuando vino a vivir a la Vallicella, le mandó algo de comer una vez al día, hasta que vivió”.

Cuando le regalaron dos perdices: “Al enterarse que iban a morir, se alteró; y los mandó donde la Sra. Marquesa Rangona que lea cuidase, prohibiendo que se mataran”. Amaba una a perrita del Sr. Cardinale Cusano: “… y la tenía siempre en sus regazos, y lo mismo hacia con su gata”.

Otra afirmación interesante es la del abate de Sant’Eutizio a Norcia, Giacomo Crescenzi: “Por el espíritu que tenía, antes de dictar Misa, por reprimir la conmoción, tenía algunos perritos, allí en San Girolamo, y antes de dictar Misa se ponía a jugar con esos perritos. Y una vez, fue regañado por esto, por un sacerdote español, que no entendía, ni sabía porque lo hacía, aceptó la represión, y no dijo nada. Y que, para este efecto, tuvo todavía algunos pajaritos. Y por esto ocurría tanto a San Girolamo como a San Juan de los Florentinos”.

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