EL FUEGO Y EL CÁLIZ

El historiador alemán Franz Susman, estudioso de la relación Iglesia-Animales, me vino a ver con el amigo Bruno Mertens, creador de un singular centro de meditación budista. Me contó un sueño que su mujer Gabrielle, particularmente dotada de capacidad sensitiva, había tenido recientemente. Como en una visión había atisbado, lo que después interpretó como el gran sufrimiento de los animales. El medio ofrecido desde lo alto para extinguirlo era un cáliz misterioso que representaba a la iglesia.


“Esto que Ud. está haciendo, como habíamos leído en el periódico alemán, me dijo mi amigo profesor, es el inicio de esta gran obra de liberación por parte de la Iglesia”.


Mi iniciativa a favor de los animales es muy modesta para ameritar esta alabanza. Permanece cierto, de todos modos, que la Iglesia en nuestros días esta llamada como nunca para participar de este gran compromiso.

¿Qué cosa puede hacer la Iglesia? El estudiante de la biblia debe aclarar el sentido profundo del primer capítulo del Libro del Génesis en oposición a otras interpretaciones de la biblia.


El teólogo debe acoger la invitación de Juan Pablo II en la “Sollicitudo rei socialis” para estudiar un nueva relación hombre-animal.


Se deben re-estudiar en conexión con este problema, los documentos del Magisterio y del Concilio, los testimonios de los Padres de la Iglesia y el comportamiento de los Santos en particular de San Francisco, la teología medieval, la filosofía cristiana, y también la contribución del pensamiento laico.


Los párrocos y los otros sacerdotes, en la prédica y en la catequesis, especialmente a los niños, no pueden olvidar más el incluir el respeto, la protección y el cuidado de los animales, de estos “hermanitos más pequeños”, como los llamaba el “pobre de Assisi”.


Los animalistas de cada creencia son reconocidos en las intervenciones de Juan Pablo II, en favor del “valor de los animales”.


En Valencia, España, donde me han llamado a comentar la palabra del Papa sobre el “soplo divino” que está presente también en los animales y no solamente en el hombre, me demandaron bruscamente si esto no era una especie de “marketing” de parte de la Iglesia. En Italia, similarmente escribieron que “el Papa se tiñó de verde.”


Este observar que la Iglesia debe hablar al hombre de hoy leyendo, como afirmaba el Papa Giovanni XXIII, los “signos del tiempo”. La explicación que es dada en el ley, que en su “historia de la moral en Europa” dice: “al inicio se resguarda solamente el núcleo familiar, después el círculo se expande e incluye primero una clase, después una nación, después un conjunto de naciones, por fin toda la humanidad, al final su influjo de deja sentir en la relación del hombre con el mundo animal...”.


Los estudios y la nueva conciencia a nivel planetario suscitan hoy especialmente entre los jóvenes un interés que no existía antes, a favor de este paso final en la expansión del círculo ético. De un modo diverso en muchos, dentro del partido o la ley, toman parte en favor de la liberación animal. Este fenómeno totalmente reciente traza un horizonte moral para nuestra propia especie y abre una etapa significativa de la ética humana.


Incluso en la Iglesia no se está más cierto de alguna posición exageradamente antropocéntrica. Somos diversos, exploramos la debilidad naciente en muchas convicciones éticas que antes parecían a primera vista evidentes. El cristianismo no es una religión sobre lo particular, de un saber truncado y reducido. El evangelio tiene una dimensión propia que se declara planetaria en frente a la creación.


Preguntamos con pena por qué el Concilio Vaticano II y los ecologistas actuales no han recogido todavía los frutos de este particular ecumenismo cósmico. Culturalmente cualquiera en esta sociedad pluralista, se hace una idea personal del puesto que ocupan los seres que forman parte de la naturaleza. La protección se expone a valoraciones arbitrarias.


Cualquier legislador ha definido a los perros como “objetos que se mueven”. Aunque se ha intentado corregir este exceso de visión mecánica, se ha hecho con imprecisión y variaciones. En general siempre permanece ausente un concepto definido de orden espiritual.


¿Es que los animales no tienen derecho a una definición de valor fundada en la fe y en la ciencia? La ausencia de los cristianos en este campo refleja una cultura arcaica que polariza al hombre por sobre las otras especies del ambiente.


A pesar de que los laicos han apreciado las recientes intervenciones de Juan Pablo II a favor de los animales, en la Iglesia no todo se ha profundizado, ni comprendido. El creyente debe renovar la conciencia de su rol y del sentido de responsabilidad que debe tener el mundo. Se precisa un gran cambio, no sin una previa investigación teológica o bíblica.


La exploración de todas las dimensiones de la vida, la profundización espiritual del sentido de nuestras relaciones con la totalidad de los vivientes, la invitación a poner fin a ciertos tratamientos abominables infligidos a los animales serán algunas de las grandes riquezas del cristianismo del mañana.


El mensaje todavía desatendido que viene del Concilio Vaticano II dice estupendamente: “el hombre puede y debe amar las criaturas de Dios. De Dios las recibe las cuida y las honra como si en el presente salieran de las manos de Dios”.


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